domingo, 25 de octubre de 2015

ANECDOTAS DE UNA PASIÓN

Una crónica que narra como un hincha de Racing vivió la definición del Torneo Transición 2014, "Dr. Ramón Carrillo", el cual coronó al club de sus amores luego de 13 años de espera.



ASI ES EL AMOR 
Por Pellegrini Patricio

Un campeonato que estaba en la puerta. 
Un hincha sin entradas que buscó ingresar a la cancha. 
Un desencuentro con amigos y un encuentro con gente que nunca volverá a cruzar.





Fui con ellos. 
Ellos entraron.  
Yo me quedé afuera. Sólo. Sin poder entrar. 
Encuentro a un padre, a un hijo y a su padrino. No sé los nombres, y no se los quise preguntar. 
Sé que son de Villa Domínico. 
Sé que vivimos algo tan único que, a pesar de no conocernos, siempre nos vamos a recordar. 

La charla comienza después de una represión aberrante de la cana a los hinchas. 
El padrino con las secuelas del gas lacrimógeno en los ojos. El hijo y el padre con heridas de perdigones que rebotaron en sus cuerpos. 
Charlamos, puteamos el accionar policial. Intentamos a la vez abusarnos de ellos para ver si podíamos entrar. No había respuestas claras, la realidad nos demostraba que muchos estábamos en la misma y la cancha explotaba desde las cuatro de la tarde. 
Ya se acercaba la hora para dar comienzo al encuentro así que arrancamos la travesía en búsqueda de algún bar. Todos llenos. El partido empezaba en veinte minutos. 
No había lugar donde se pudiera ver bien, nos decidimos por un Pertutti de Mitre y Sarmiento que tenía los parlantes afuera, la televisión para aquellos privilegiados que estaban en el interior del local. Sin embargo los parlantes prometían darnos ojos de lo que pasaba en una tele de la que sólo se entendían dos cosas: 
El color verde del césped. Y el celeste abrazándose con el blanco en las tribunas. 
Luego uno debía deducir para donde atacaba uno y otro, por el movimiento de la cámara. 
El primer tiempo se sufrió. Los parlantes fueron ‘enceguecidos’ en gritos de pasión, conscientes de la locura de estar a minutos de gritar campeón. 
Canciones, silencios nerviosos  porque la pantalla se inclinaba para el lado que queríamos que enfocara por siempre pero terminaba todo en un ¡Uuuh! De lamento y optimismo mezclado. La bronca y el “ya va a llegar, ya va a llegar” que algún viejo y niño te decían con la mirada, expresando una tranquilidad que ninguno de nosotros poseía. 
Termina el primer tiempo. El grito se atoraba en la garganta. 
Poco les importaba a algunos que le gritaban “Videla, Videla” a un pelilargo similar al mediocampista.  Era conveniente jugar al juego de los parecidos para evitar dar rumbo al nerviosismo de saber que estás a cuarenta y cinco minutos de la gloria. 
Nunca parar de alentar, casi como mintiéndose de que ese aliento lo escuchaban los once de celeste y blanco. Aunque nos alentábamos a nosotros mismos para darle rienda suelta a la ilusión, para confiarnos de una vez por todas que se nos daba. 
¡Gol! ¡Gooooool! 
Cortar la calle. Abrazarte con uno que llora. Con otro que antes te miraba mal y ahora te alza como si fueras un hijo perdido o un familiar que hace años no veía. Encontrar al padrino y llorarle en el hombro, mientras el hijo te encuentra y se suma al abrazo. Soltarse y mirarnos con los ojos llorosos y volver a abrazarse. Encontrar al padre y volver a gritar gol, con toda la furia. Expulsando malarias de la vida en ese grito, y como si tuviera un efecto terapéutico el cuerpo de todos se afloja. El pecho se infla más y el cuerpo vuelve a aflojarse. Para explotar nuevamente en aliento, como si fuera un código familiar. 
En un parpadeo que pareció una siesta de tres días, faltaban tres. Tres minutos. 
Señoras y señores, sí. Racing campeón. Alrededor festejan, se abrazan entre todos, con una intimidad que a sus parejas les habrá costado meses poder lograr ese tipo de conexión, hoy un simple silbato lo lograba. Las piernas se aflojaron. El cuerpo te dice sos campeón. El padre te da vuelta y te grita: "Pelotudo somos campeones". 
De ahí a la sede. 
De la sede caravana al obelisco caminando. 


Llegamos a la 9 de julio. Obelisco. Fiesta. Descontrol. 
Te suena el teléfono, aquellos amigos con los que fuiste y que pudieron entrar. 
“Dale te espero acá en la esquina del Mc Donald’s, te corto no tengo batería”


Esperar en una esquina un reencuentro que finalizaría en abandono. 
Los familiares desconocidos con los que viví la definición del campeonato preguntan por mis amigos. No hicieron falta palabras. Mirada negativa de respuesta, y devolución de gesto casi preocupado como si fuera un amigo que dejas solo en el boliche. "Nosotros ya nos vamos"

Despedida de unos anónimos que se recordaran por siempre. 

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domingo, 25 de octubre de 2015 0 Unknown
Una crónica que narra como un hincha de Racing vivió la definición del Torneo Transición 2014, "Dr. Ramón Carrillo", el cual coronó al club de sus amores luego de 13 años de espera.



ASI ES EL AMOR 
Por Pellegrini Patricio

Un campeonato que estaba en la puerta. 
Un hincha sin entradas que buscó ingresar a la cancha. 
Un desencuentro con amigos y un encuentro con gente que nunca volverá a cruzar.





Fui con ellos. 
Ellos entraron.  
Yo me quedé afuera. Sólo. Sin poder entrar. 
Encuentro a un padre, a un hijo y a su padrino. No sé los nombres, y no se los quise preguntar. 
Sé que son de Villa Domínico. 
Sé que vivimos algo tan único que, a pesar de no conocernos, siempre nos vamos a recordar. 

La charla comienza después de una represión aberrante de la cana a los hinchas. 
El padrino con las secuelas del gas lacrimógeno en los ojos. El hijo y el padre con heridas de perdigones que rebotaron en sus cuerpos. 
Charlamos, puteamos el accionar policial. Intentamos a la vez abusarnos de ellos para ver si podíamos entrar. No había respuestas claras, la realidad nos demostraba que muchos estábamos en la misma y la cancha explotaba desde las cuatro de la tarde. 
Ya se acercaba la hora para dar comienzo al encuentro así que arrancamos la travesía en búsqueda de algún bar. Todos llenos. El partido empezaba en veinte minutos. 
No había lugar donde se pudiera ver bien, nos decidimos por un Pertutti de Mitre y Sarmiento que tenía los parlantes afuera, la televisión para aquellos privilegiados que estaban en el interior del local. Sin embargo los parlantes prometían darnos ojos de lo que pasaba en una tele de la que sólo se entendían dos cosas: 
El color verde del césped. Y el celeste abrazándose con el blanco en las tribunas. 
Luego uno debía deducir para donde atacaba uno y otro, por el movimiento de la cámara. 
El primer tiempo se sufrió. Los parlantes fueron ‘enceguecidos’ en gritos de pasión, conscientes de la locura de estar a minutos de gritar campeón. 
Canciones, silencios nerviosos  porque la pantalla se inclinaba para el lado que queríamos que enfocara por siempre pero terminaba todo en un ¡Uuuh! De lamento y optimismo mezclado. La bronca y el “ya va a llegar, ya va a llegar” que algún viejo y niño te decían con la mirada, expresando una tranquilidad que ninguno de nosotros poseía. 
Termina el primer tiempo. El grito se atoraba en la garganta. 
Poco les importaba a algunos que le gritaban “Videla, Videla” a un pelilargo similar al mediocampista.  Era conveniente jugar al juego de los parecidos para evitar dar rumbo al nerviosismo de saber que estás a cuarenta y cinco minutos de la gloria. 
Nunca parar de alentar, casi como mintiéndose de que ese aliento lo escuchaban los once de celeste y blanco. Aunque nos alentábamos a nosotros mismos para darle rienda suelta a la ilusión, para confiarnos de una vez por todas que se nos daba. 
¡Gol! ¡Gooooool! 
Cortar la calle. Abrazarte con uno que llora. Con otro que antes te miraba mal y ahora te alza como si fueras un hijo perdido o un familiar que hace años no veía. Encontrar al padrino y llorarle en el hombro, mientras el hijo te encuentra y se suma al abrazo. Soltarse y mirarnos con los ojos llorosos y volver a abrazarse. Encontrar al padre y volver a gritar gol, con toda la furia. Expulsando malarias de la vida en ese grito, y como si tuviera un efecto terapéutico el cuerpo de todos se afloja. El pecho se infla más y el cuerpo vuelve a aflojarse. Para explotar nuevamente en aliento, como si fuera un código familiar. 
En un parpadeo que pareció una siesta de tres días, faltaban tres. Tres minutos. 
Señoras y señores, sí. Racing campeón. Alrededor festejan, se abrazan entre todos, con una intimidad que a sus parejas les habrá costado meses poder lograr ese tipo de conexión, hoy un simple silbato lo lograba. Las piernas se aflojaron. El cuerpo te dice sos campeón. El padre te da vuelta y te grita: "Pelotudo somos campeones". 
De ahí a la sede. 
De la sede caravana al obelisco caminando. 


Llegamos a la 9 de julio. Obelisco. Fiesta. Descontrol. 
Te suena el teléfono, aquellos amigos con los que fuiste y que pudieron entrar. 
“Dale te espero acá en la esquina del Mc Donald’s, te corto no tengo batería”


Esperar en una esquina un reencuentro que finalizaría en abandono. 
Los familiares desconocidos con los que viví la definición del campeonato preguntan por mis amigos. No hicieron falta palabras. Mirada negativa de respuesta, y devolución de gesto casi preocupado como si fuera un amigo que dejas solo en el boliche. "Nosotros ya nos vamos"

Despedida de unos anónimos que se recordaran por siempre. 

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