domingo, 25 de octubre de 2015

Esta es la historia de Tittyshev

¿Viste ese sueño de pibe que tenemos todos?
Ese. El que vas a la cancha y de repente te llama el técnico. 
- Ponete los cortos y los botines que entras - Soñas con que te diga.


Y si te digo que eso sucedió.
Y no. No en la época del fútbol amateur.
Lo hizo uno de los últimos técnicos de la vieja escuela inglesa, el controversial Harry Redknapp.
En un amistoso del West Ham durante el receso de la temporada, un fanático se ensañó con el desempeño de un delantero. Tanto fue así que Harry decidió increparlo tras la salida del delantero por lesión, y le preguntó: 
- ¿Vos crees hacerlo mejor que él? 
- Sí - Contestó el hincha 


Harry Redknapp dialogando con aquel que bautizaría como Tittyshev.

Y el loco de Harry decidió que ingresara al campo de juego.
El sueño no terminaría ahí porque hasta conseguiría meter un gol.
Y vos dirás pero ¿Cómo pudo ingresar si no estaba en la planilla?
Bueno en este grandioso e histórico Informe Robinson de la televisión española lograron recopilar las voces de los protagonistas de esta historia.



ANECDOTAS DE UNA PASIÓN

Una crónica que narra como un hincha de Racing vivió la definición del Torneo Transición 2014, "Dr. Ramón Carrillo", el cual coronó al club de sus amores luego de 13 años de espera.



ASI ES EL AMOR 
Por Pellegrini Patricio

Un campeonato que estaba en la puerta. 
Un hincha sin entradas que buscó ingresar a la cancha. 
Un desencuentro con amigos y un encuentro con gente que nunca volverá a cruzar.





Fui con ellos. 
Ellos entraron.  
Yo me quedé afuera. Sólo. Sin poder entrar. 
Encuentro a un padre, a un hijo y a su padrino. No sé los nombres, y no se los quise preguntar. 
Sé que son de Villa Domínico. 
Sé que vivimos algo tan único que, a pesar de no conocernos, siempre nos vamos a recordar. 

La charla comienza después de una represión aberrante de la cana a los hinchas. 
El padrino con las secuelas del gas lacrimógeno en los ojos. El hijo y el padre con heridas de perdigones que rebotaron en sus cuerpos. 
Charlamos, puteamos el accionar policial. Intentamos a la vez abusarnos de ellos para ver si podíamos entrar. No había respuestas claras, la realidad nos demostraba que muchos estábamos en la misma y la cancha explotaba desde las cuatro de la tarde. 
Ya se acercaba la hora para dar comienzo al encuentro así que arrancamos la travesía en búsqueda de algún bar. Todos llenos. El partido empezaba en veinte minutos. 
No había lugar donde se pudiera ver bien, nos decidimos por un Pertutti de Mitre y Sarmiento que tenía los parlantes afuera, la televisión para aquellos privilegiados que estaban en el interior del local. Sin embargo los parlantes prometían darnos ojos de lo que pasaba en una tele de la que sólo se entendían dos cosas: 
El color verde del césped. Y el celeste abrazándose con el blanco en las tribunas. 
Luego uno debía deducir para donde atacaba uno y otro, por el movimiento de la cámara. 
El primer tiempo se sufrió. Los parlantes fueron ‘enceguecidos’ en gritos de pasión, conscientes de la locura de estar a minutos de gritar campeón. 
Canciones, silencios nerviosos  porque la pantalla se inclinaba para el lado que queríamos que enfocara por siempre pero terminaba todo en un ¡Uuuh! De lamento y optimismo mezclado. La bronca y el “ya va a llegar, ya va a llegar” que algún viejo y niño te decían con la mirada, expresando una tranquilidad que ninguno de nosotros poseía. 
Termina el primer tiempo. El grito se atoraba en la garganta. 
Poco les importaba a algunos que le gritaban “Videla, Videla” a un pelilargo similar al mediocampista.  Era conveniente jugar al juego de los parecidos para evitar dar rumbo al nerviosismo de saber que estás a cuarenta y cinco minutos de la gloria. 
Nunca parar de alentar, casi como mintiéndose de que ese aliento lo escuchaban los once de celeste y blanco. Aunque nos alentábamos a nosotros mismos para darle rienda suelta a la ilusión, para confiarnos de una vez por todas que se nos daba. 
¡Gol! ¡Gooooool! 
Cortar la calle. Abrazarte con uno que llora. Con otro que antes te miraba mal y ahora te alza como si fueras un hijo perdido o un familiar que hace años no veía. Encontrar al padrino y llorarle en el hombro, mientras el hijo te encuentra y se suma al abrazo. Soltarse y mirarnos con los ojos llorosos y volver a abrazarse. Encontrar al padre y volver a gritar gol, con toda la furia. Expulsando malarias de la vida en ese grito, y como si tuviera un efecto terapéutico el cuerpo de todos se afloja. El pecho se infla más y el cuerpo vuelve a aflojarse. Para explotar nuevamente en aliento, como si fuera un código familiar. 
En un parpadeo que pareció una siesta de tres días, faltaban tres. Tres minutos. 
Señoras y señores, sí. Racing campeón. Alrededor festejan, se abrazan entre todos, con una intimidad que a sus parejas les habrá costado meses poder lograr ese tipo de conexión, hoy un simple silbato lo lograba. Las piernas se aflojaron. El cuerpo te dice sos campeón. El padre te da vuelta y te grita: "Pelotudo somos campeones". 
De ahí a la sede. 
De la sede caravana al obelisco caminando. 


Llegamos a la 9 de julio. Obelisco. Fiesta. Descontrol. 
Te suena el teléfono, aquellos amigos con los que fuiste y que pudieron entrar. 
“Dale te espero acá en la esquina del Mc Donald’s, te corto no tengo batería”


Esperar en una esquina un reencuentro que finalizaría en abandono. 
Los familiares desconocidos con los que viví la definición del campeonato preguntan por mis amigos. No hicieron falta palabras. Mirada negativa de respuesta, y devolución de gesto casi preocupado como si fuera un amigo que dejas solo en el boliche. "Nosotros ya nos vamos"

Despedida de unos anónimos que se recordaran por siempre. 

EL AGUA Y EL PEZ

Si queremos hablar de lo que genera este deporte que trajeron los anglosajones que mejor para retratarlo que las palabras de tablón de un único como Kurt Lutman.


Kurt Lutman (Foto: M. Bustamante)
Kurt Lutman no es europeo señora, señor.
No. Es rosarino e hincha de 'ñuls'. 

Su madre eligió ese nombre por una novela.
Poco importa eso ahora.
Lo interesante de este muchacho, que supo cumplir el sueño del pibe a sus 17 de debutar en el club de sus amores, son sus letras de tablón publicadas en su libro "El agua y el pez" donde reúne distintos relatos deportivos escritos con su puño (bien en alto) y sus letras de tablón.
La presentación del mismo fue en una cancha auxiliar de Ñewell's el pasado 19 de Marzo. 
Hace un tiempo ya.
Pero que vale la pena comenzar este blog con él.
Un tipo con compromisos que no ignoró el contexto de su generación y decidió involucrarse para militar en Hijos, que supo enfrentarse con dirigentes, que supo comerse un 'puntazo' por defender a uno de sus compañeros. 
Invito a que lo conozcan en esta gran crónica que da nombre a su libro.

El agua y el pez de Kurt Lutman se puede adquirir a través del perfil www.facebook.com/kurt.lutman y en Indira Diseños, Mendoza 2333. “Son textos que junté con el tiempo. Pero de pibe no escribía, empecé cuando dejé de jugar”, cuenta el autor..


El agua y el pez

por Kurt Lutman

Tapa del libro
Tucumán, 8 de agosto de 1977. El gobernador de Facto Antonio Domingo Bussi instruye a sus camaradas de menor rango sobre el Operativo Independencia y despliega la teoría del pez y el agua. Les cuenta, mientras camina con la espalda recta, que el pez (militantes políticos) podía vivir porque tenía agua (la simpatía e interacción del pueblo tucumano). Detalla que en febrero del año 1975, cuando él comandó la represión, el plan consistió en “sacarle el agua al pez”, y remata la metáfora: “Para así ahogarlo, asfixiarlo”.

En Tafí del Valle, Ingenio Santa Lucía, o sobre los márgenes del río Pueblo Viejo, las fuerzas Armadas torturaron y amedrentaron a parte de los pueblerinos que no participaban de las organizaciones políticas. Este desmadre se ejecutó de forma grotesca y a los gritos para que el resto del pueblo lo sepa. Golpear, para que el “agua” repliegue aterrorizada y así quede expuesto –en soledad y sin oxígeno– “el Pez”.

Mauro Javier Amato

Nació en 1973, en La Plata. Jugó en el Estudiantes de Prátola, Paris, Pighín, Calderón y el Mago Capria, que era dirigido por el profe Garisto y luego por Miguel Russo. El destino lo llevó por varios equipos pero antes de emigrar de la ciudad de las diagonales se enamoró profundamente de su compañera Cecilia, quien tenía una hija de 5 años llamada Irina.

A ella la conoció sacando fotos dentro de la cancha del Pincha y quedó pasmado tras ver que en un partido contra Independiente le echara un certero gallo a un hincha, cansada de que éste le gritara “puta” alambrado de por medio.

Mauro festeja el gol con una remera que dice "Aguanten las madres"
Mauro, dentro de la cancha, refinó la habilidad de ser ilusionista. El ilusionista se encarga primero de tener la pelota, mostrarla y soportar las patadas, distraer a los contrarios, amontonarlos generando espacio y tiempo, y después sí habilitar a otro compañero de equipo para que termine la obra en gol.

Si uno recuerda el tanto de Caniggia a Brasil, en el 90, se dará cuenta de lo que hablo. Maradona los amontonó, zigzagueó, generó espacio y tiempo. Les hizo creer que él era el peligro. Los ilusionó. Y cuando era el momento preciso se desprendió del balón para que la pintura sea continuada y firmada por el wing.

Mauro era eso y mucho más. Se cortaba el pelo como Mick Jagger y le encantaba el rock. Tenia una guitarra de la que muy pocas veces sacaba sonidos agradables y cantaba a los gritos como un chancho. Pero ahí se transformaba en rocker y perdía la vergüenza. Entraba en trance y saltaba con la viola en la mano al mejor estilo Teté de La Renga.

Huracán de Corrientes, 1998

Nos encontramos por primera vez en tierras correntinas. Ahí los conocí a los tres. La Ceci nos cocinaba rico a medio plantel y nos sacaba fotos, Irina crecía rodeada de fútbol e instrumentos musicales y nos decía “tíos”, y Mauro nos dejaba mano a mano con el arquero para que la empujemos a la red. Y después del gol llegaba a la maraña de abrazos, te tocaba la cabeza y se iba sin dejar rastro.

Llegué a pensar que no hacía goles por vergüenza a que lo miren. Después entendí que la labor de estos humanos en la tierra es hacer brillar a otros.

Para que Mauro convirtiera un gol tenía que estar embroncado. A veces nos enfrentábamos con equipos que le pegaban para lastimarlo, de mala leche, y entonces él se enojaba, la pedía, apilaba monos y les rompía el orto.

Nos elegimos como amigos y esa amistad se reafirmó luego de un conflicto con la Comisión Directiva del club, que se rehusaba a pagarle el sueldo a todos los jugadores del plantel y solo optaba por algunos. El desenlace fue que me terminaron echando. Mitad por ser parte del conflicto y mitad por mi tenue rendimiento dentro de la cancha.

Mauro se me apareció en el departamento mientras armaba el bolso y me dijo: “Si te echan yo también arranco”. Y ese “yo también arranco” era un “yo” más grande que incluía a la Ceci y a Irina.

Quise convencerlo, hablando de la familia, de lo difícil de conseguir otro club y de que él tenía otras responsabilidades pero ni me escuchó. Me dio un abrazo y se fue.

Tucumán, 1999

Autor de torturas, violaciones, asesinatos y desaparición de personas, y complicidad directa en apropiaciones de bebés durante la ultima dictadura militar, Antonio Domingo Bussi, dos décadas después, llega al cuarto año de un período de gobierno iniciado en 1995 y que concluye en diciembre. Con la esperanza de dar paso en las elecciones venideras a su hijo, Ricardo Bussi, los operadores políticos del genocida cuidan su imagen como si fuera un cristal. Miles de teorías se exponen tratando de explicar como el pueblo tucumano soporta, semejante aberración, en una Argentina “democrática”.

Ya es junio y suena el teléfono en mi casa de Rosario. Del otro lado, la voz de Mauro me saluda ansioso. Cuenta que está jugando en Atlético de Tucumán y que está contento por su nuevo club pero que el 24 de marzo fue a la marcha y no había mucha gente. No la cantidad que él esperaba. Que había conocido a las Madres y sus pañuelos en la cabeza y que con Cecilia quedaron impactados. Que la sociedad tucumana era “rara” y que no entendía cómo lo habían votado a “este hijoderemilputa”. Se había puesto serio y para distender le pregunté si seguía tocando la guitarra. Me contestó que era lo suyo, que había nacido para tocarla, le devolví un chiste y se rió a carcajadas. Cuando le pregunté si había hecho goles, dijo: “Algunos”. Y ese “algunos” era dicho sin importancia, con la calma del que cree que convertir no es más valioso que vender almohadones. Lo imaginé como un mago, con la capacidad de encontrarse con el gol cuando quisiera. Como en Huracán de Corrientes: cada vez que se enojaba. Me quedó la sensación de que manejaba el desenlace de esa jugada a su antojo.

Sueño con serpientes

No sé si fue la descripción que me hizo de la marcha, quizá la bronca que brotaba del teléfono o mis ganas e ingenuidad de pensar que Mauro se lo podía cruzar en el almacén y darle un piñón en la boca, por todos. Lo cierto es que esa misma noche los soñé a ambos. Al genocida y al ilusionista juntos, en un sueño absurdo y nítido: Antonio Domingo Bussi está parado en una habitación oscura donde sólo se ven su figura y su rostro. Mauro aparece caminado lentamente, vestido de jugador y con la camiseta de Atlético puesta, se le para a veinte centímetros para quedar cara a cara. Se miran y la mirada de Mauro está enojada. De pronto suelta la pelota que traía en la mano, le apoya al genocida un dedo en la frente y lo empuja suave para que se desmorone en cámara lenta y se lo trague la oscuridad. Mauro gira lentamente, vestido ahora de roquero y mientras se aleja se acomoda la guitarra que cuelga de su espalda.

El arte de la atención

Tres meses más tarde, el 19 de septiembre de 1999, llega el clásico de esa ciudad y como en todo clásico la dinámica cotidiana se detiene. Las miradas de la provincia apuntan a esa cancha. San Martín, el local, y Atlético, se baten a duelo. Mauro sale del túnel y siente cómo una llovizna sutil e inesperada le empieza a caer encima. La cancha explota. El estadio situado en la calle Bolívar al 1900 sólo esta preparado, por normas de seguridad, para albergar a 23 mil espectadores pero la radio anuncia que ingresaron  27 mil. La voz del estadio ruega, por los altoparlantes, que los que están subidos a las torres de luz “desciendan”. Son las seis y media de la tarde y el partido arranca. La alegría y el dolor sobrevuelan el lugar esperando probarse ambas camisetas. Los equipos se dan palo y palo. San Martin se pone 2 a 0 arriba y automáticamente Atlético achica diferencias de la mano de Mauro y de un gol confuso entre mil piernas en el área chica. Mauro entiende que no hay tiempo para festejos sino se empata primero. Están 2 a 1. En el minuto setenta, el número 5 de Atlético decreta el empate en dos y el Jardín de la República respira entrecortado. El día se retira mientras las luces del estadio se encienden y los monos trepados a las torres ni se inmutan.

La atención trepa a su punto más alto cuando restan siete minutos para el final. El ilusionista, entonces, pide la esfera cerca del borde del área, en el centro de la medialuna. Siente que su percepción se expande y ya no ve. O ve todo. Los sentidos se alinean detrás del tacto. Se queda quieto. Siente, milímetro por milímetro, su empeine y el balón. Actúa ir hacia un lado pero sale hacia el opuesto y mete un derechazo que se clava contra un palo. Al entrar, la pelota reproduce el sonido del mazazo que acaba de remachar un tornillo de por vida. La red se infla y estalla medio estadio. 3 a 2. Mauro sale corriendo hacia el córner, se levanta la de Atlético y la descansa en su nuca y, como si corriese un telón, muestra la de abajo: Una remera negra con 4 pañuelos blancos y la inscripción “Aguanten las Madres”. Llegando al alambrado detiene su marcha, abre los brazos y mira hacia el cielo, un mar gris oscuro a punto de desprenderse y caer sobre todos. La noche lo atraviesa con el rugido de su gente y, ahora, la lluvia es torrencial.

Perversas compuertas estallan

Dicen que Antonio Domingo Bussi, mientras lo veía por televisión, sintió un profundo dolor en el pecho que preocupó a la familia. Dolor parecido al que sintió meses más tarde cuando dejó la gobernación y su hijo Ricardo perdió las elecciones para ocupar el mismo cargo.Dicen también que en la redacción del cómplice diario La Gaceta esa misma noche sonó el teléfono para impedir que la foto del festejo salga en tapa dividiendo el sentir de los laburantes y que hasta volaron algunas piñas.

Cuentan además que Mauro, la Ceci e Irina tuvieron que volver a La Plata al terminar el torneo por las reiteradas amenazas de muerte recibidas. Aunque de a poco esas amenazas quedaron relegadas a la madrugada, porque el día se fue llenando de veredas con abrazos y autógrafos.

Hay quienes confirman que ese festejo se grabó en la retina de todos durante mucho tiempo. Lo cierto es que Mauro Javier Amato, al irse, se llevó y dejó una certeza: desde esa tarde-noche, y para siempre, se volvieron a llenar de “agua” las calles de Tucumán.

(Publicado en la edición del semanario El Eslabón)

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